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Bifo Berardi
El filósofo y escritor italiano “Bifo Berardi” ha sido uno de los intelectuales más prolíficos desde el inicio de la pandemia. Entre otras cosas, ha publicado el libro titulado ‘Más allá del colapso’. Su publicación en Argentina dio lugar a la celebración de un debate virtual y una entrevista en un diario de este país. A continuación reproducimos extractos del debate. (Los destacados son nuestros.)
“Bifo” Berardi desde Buenos Aires
Diego Sztulwark
13-09-2020
El miércoles pasado, Franco “Bifo” Berardi afirmó en un Zoom público organizado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) que la política había muerto. Se refería a la política como creencia en que la voluntad puede crear nuevos proyectos colectivos y transformar estructuras (vigente entre Maquiavelo y Lenin). “Asistimos –dijo– al colapso de la agresiva y largamente dominante mente blanca, masculina, colonial, capitalista (y la política parece morir con esa cultura).” Se trata para él, por tanto, de partir de otro lugar: de lo poético, lo erótico y el derecho a defender nuevas formas de vida, para salir del cadáver podrido del capitalismo. Esto es hermoso: la belleza de Bifo como somático profeta luminoso de la oscuridad brilla en ese razonamiento con fuerza particular. […]
Entre quienes rechazan ese discurso profético porque lo ven carente de “pensamiento estratégico”, hay optimistas -que hacen subsistir la creencia política sobre la crudeza del diagnóstico- y los hay pesimistas -como no hay opción a la pudrición capitalista, lo mejor sería apegarse a la política como una actividad sin creencias fuertes.
Mientras Bifo hablaba, la policía de la provincia de Buenos Aires se manifestaba en una protesta pública, en la que sus reivindicaciones salariales y de condiciones de trabajo abrían paso a una visible amenaza política (amenaza reaccionaria creciente en la región y en el país, donde las policías son un actor muy importante en este proceso). Es imposible limitar la lectura de ese episodio a la precariedad del trabajo policial, sin señalar también el hecho de que las policías siguen siendo un instrumento de regulación (en sí mismo precarizado) para una precarización social más amplia. (Habría sido muy diferente oír a los policías decir: “No queremos ser reguladores de la precarización de nuestras comunidades”). Cuando los medios de comunicación decían que la policía armada estaba rodeando Olivos (residencia oficial del presidente), fue inevitable para quienes tenemos cierta edad, recordar la movilización en las calles y las plazas para evitar el golpe militar “carapintada”, durante la segunda mitad de los años 80. ¿Tiene razón Bifo cuando dice que la política realmente existente ya no es capaz de plantear verdaderos problemas (el problema de la precarización y la explotación con su carga de violencia, el papel de la policía en ese sistema), ni de recrear nuevos proyectos colectivos, ni plantear transformaciones profundas?
Si aceptamos que toda coyuntura está definida por la coexistencia de más de un tiempo simultáneo, quizás podamos intentar pensar que, si por un lado la política convencional ha perdido su relación con la estrategia (en un sentido fuerte, crítico, transformador) sin que una política revolucionaria alternativa haya venido a sustituirla, en el reverso de lo político -allí donde cuenta el zoom de Bifo-, la invención de estrategias no hace sino renacer, sobre nuevas condiciones, nuevas formas de concebir quizás la “voluntad”, nuevas formas de sentir y de pensar. En toda formación de una nueva voluntad vuelve a plantearse el problema de la estrategia, y se plantea quizás un nuevo concepto de lo “político”.
El filósofo italiano Franco Berardi, Bifo, participó de una conferencia virtual: “Respiración umbral: virus y literatura”. “¿Qué pasa en el imaginario de una generación que entra en el mundo de la afectividad con la prohibición de acercar sus labios a otros labios?”, se pregunta Bifo y despliega la idea de sensibilización fóbica a los cuerpos. “El umbral. Crónicas y meditaciones” es su nuevo libro publicado por Tinta Limón. El encuentro estuvo organizado por la UNTREF, coordinó Daniel Link y participaron Diego Sztulwark y Diego Bentivegna. Compartimos la transcripción de sus intervenciones.
Antes que nada, pido disculpas por producir tantos escritos. Es un problema obsesivo pero, al mismo tiempo, en el último período me ha parecido necesario hacer un trabajo de análisis sobre lo que pasa. Es un trabajo autoterapéutico que además intenta ser terapéutico. Quien conozca un poco las cosas que he escrito o que he dicho –como Diego Sztulwark, mi viejo amigo– se sonreirá quizás al oírme decir que me propongo ser terapéutico, porque no estoy describiendo, en estos libros sobre todo, una situación que se pueda definir como optimista o fácil de enfrentar, sino todo lo contrario. Creo que nos encontramos en una situación que me gusta definir como “umbral”. ¿Por qué? Porque el umbral es el pasaje en el que nos trasladamos de la luz a la oscuridad, pero también de la oscuridad a la luz.
Entonces, lo que intento hacer es comprender y conceptualizar los aspectos oscuros del pasaje que vivimos. Lo primero que tenemos que hacer es mirar la bestia a los ojos. Ponernos al nivel de la tragedia que estamos viviendo. Solo a través de la comprensión de las tendencias que vivimos podremos cambiar, transformar el ritmo de nuestra propia respiración. Creo que la explosión del virus, al comienzo de este año, no es la causa de la catástrofe que estamos viviendo, es el catalizador. Se puede decir que fue un elemento de precipitación de otros procesos catastróficos que se estaban desarrollando. Primero, el proceso de catástrofe ambiental del que la explosión del coronavirus es un efecto y, al mismo tiempo, un acelerador. Segundo, la devastación causada por el capitalismo global, que en los últimos diez o quince años ha caracterizado la vida social, ha golpeado la vida social.
La manera de recuperar la acumulación capitalista ha sido la de empobrecer la vida social en todos sus aspectos. Ha comenzado con el empobrecimiento del sistema sanitario que en Europa, en España, en Italia, en Inglaterra ha sido la causa directa de la situación trágica de la primavera de 2020. La recuperación financiera capitalista ha producido un empobrecimiento de la vida y, al mismo tiempo, de las infraestructuras que hacen posible la vida. Así pues, las tendencias catastróficas ya estaban inscritas en el proceso social. El coronavirus no ha hecho más que precipitarlas. El otoño de 2019, desde Santiago de Chile a Hong Kong, desde Beirut a París, a Barcelona, fue un otoño de convulsión, como si el cuerpo sofocado, asfixiado de la sociedad, sobre todo de los jóvenes, se rebelara sin una estrategia clara, sin una línea de unificación posible, pero con un mismo rechazo de la asfixia neoliberal. Después vino el contagio y el contagio ha producido una explosión de estos procesos.
Lo que me pregunto ahora –en una precipitación que se vuelve cada vez más peligrosa a nivel económico y geopolítico, en una situación como la que estamos viviendo– es hacia dónde tenemos que mirar, cuál tiene que ser el objeto principal de nuestra observación. Y mi respuesta es: la subjetividad, o mejor dicho, el proceso de subjetivación. Necesitamos una subjetivación solidaria, colectiva, feliz, para enfrentar los efectos del apocalipsis. Si miro a la subjetivación, miro antes que nada a los cuerpos. Miro la declaración de la ministra canadiense de Sanidad, que ha dicho muy irresponsablemente, catastróficamente: Stop kissing. Dejen de besarse. Y si tienen sexo –porque al parecer el sexo es necesario económica y demográficamente–, no olviden ponerse la mascarilla sanitaria. No tengo una opinión positiva ni negativa sobre esta declaración. La política está muerta. La política buena hoy es solo la política capaz de aceptar la disciplina de los científicos, la disciplina de los médicos. Pero eso no es política, no es invención de una transformación posible. Y la invención de una transformación posible depende –hoy y mañana– del inconsciente social, del imaginario social. ¿Qué pasa en el imaginario de una generación que entra en el mundo de la afectividad con la prohibición de acercar los labios a los labios? Esta es mi obsesión principal: ¿cómo podemos reconstruir subjetividad —en términos psicoanalíticos, políticos, poéticos— cuando hay miedo al acercamiento de los labios? Así es un poco como voy a presentar la discusión, desde mi punto de vista.
La pandemia y el umbral
Estamos en un umbral. Me gusta decirlo así. En el umbral podemos vislumbrar un panorama de posibilidades y estas posibilidades son como una oscilación que puede evolucionar en diferentes direcciones. Pero antes que nada tenemos que describir las condiciones en las cuales la oscilación subjetiva se hace posible. ¿Cuáles son estas condiciones? Alguien pregunta si el distanciamiento físico es distanciamiento afectivo y político. Claro que lo es. Sé muy bien que hay una retórica –que comparto en cierta medida– de que hay un sentimiento de solidaridad entre los que se encuentran en peligro verdadero, pero paralelamente lo que es más verdadero es que está creciendo una generación de niños, de jóvenes, que internalizan el miedo de la relación con el cuerpo del otro. En términos psicoanalíticos yo la llamaría una sensibilización fóbica a los labios, a los cuerpos. En una sensibilización fóbica muchas cosas pueden pasar. Puede acontecer que el miedo se transforme en una verdadera epidemia de depresión o de autismo.
El debate de esta tarde también está dedicado a la relación entre literatura y efectos de la pandemia. Hay una escritora negra, norteamericana, que se llama Octavia Butler, que escribió en el año 1984 un libro titulado The parable of the sower [La parábola del sembrador], donde describe una Norteamérica violenta, destrozada, como la que vemos hoy en la pantalla del televisor. En esta Norteamérica, hay una niña de tres años que sufre de un mal espantoso llamado “empatía”. Los médicos la están curando, porque esta niña, cuando ve a alguien sufriendo o muriendo en la calle, sufre un poco. En su cerebro hay una disfunción empática. Esta historia a mi interesa mucho: ¿por qué la multiplicación del sufrimiento y del miedo puede producir un efecto que se define propiamente como autístico? El autismo me parece la condición psíquica más probable a la salida de este proceso. Pero cuando digo probable no estoy diciendo que vamos en esa dirección, estoy diciendo que antes que nada deberíamos reflexionar y actuar anticipadamente ante esa posibilidad. Antes que nada, reconocerla y analizarla.
Diego planteaba la cuestión de qué es la política en la época de la extinción como nuevo horizonte. Antes que nada, la palabra extinción ha entrado en el vocabulario político solo en los últimos dos años –me parece–, pero ha habido también una remoción, un rechazo, una negación a la tendencia de la extinción. He leído el último libro de Donna Haraway y la cito mucho porque me parece iluminadora. En la introducción a su libro Seguir con el problema, Donna Haraway dice: tenemos que reconocer que si la tendencia demográfica anuncia once mil millones de personas al final del siglo y, al mismo tiempo, hay una tendencia hacia el colapso ambiental de áreas enteras del planeta, sobre todo las zonas montañosas –miren lo que está pasando hoy en California–, estas tendencias van a producir un efecto que puede ser la extinción de la civilización humana, de la civilización del género humano, tenemos que reflexionar desde este punto de vista. Este es el horizonte que prevemos más allá de la pandemia. Cuando prevemos un horizonte, tenemos que buscar las herramientas que nos permitan cambiar de dirección, inventar algo nuevo.
¿Es la política esta herramienta? No lo sé. Me parece que la política como capacidad de gobernar el conjunto social desde un punto de vista de la racionalidad progresiva no tiene mucha fuerza, ni mucha credibilidad. Yo creo que el trabajo principal que hay que hacer es esencialmente desvincular, desenredar, liberar, emancipar comunidades que se dan una regla, un ritmo, una forma de vida, un horizonte que es diferente, que es cismogenético, en el sentido de que abandona la historia de la humanidad. Creo que la evolución humana no puede más que transitar a través de un proceso cismogenético. Naturalmente lo que estoy diciendo es muy grave, porque implica que no somos capaces de enfrentar la realidad probable de una población mundial que se está precipitando en una condición de creciente miseria y sufrimiento. Lo sé, pero solo recreando las condiciones de un éxodo de la sensibilidad, de la conciencia y de la cognición, de la condición cognitiva, solo a partir de eso podemos repensar el futuro de la comunidad humana en su conjunto.
La poesía como premonición
Cuando hablamos de poesía no sabemos muy bien de qué estamos hablando. Intentamos definirla, pero se nos escapa siempre. La palabra poética se podría decir con el arte, pero me parece que la palabra arte se asocia demasiado con el mercado, con el valor, no me interesa todo eso. No me interesa la poesía en un sentido estrictamente literario, pero ¿qué me interesa? Me interesa, antes que nada, la capacidad profética del poeta. Al comienzo de la pandemia releí libros de William Burroughs, de Philip Dick, el último libro de Salman Rushdie, el Quijote. He leído el Quijote. Es una anticipación delirante de un apocalipsis producido por el vacío. Entonces la poesía se perfila como premonición sensible de algo que está aconteciendo en la dimensión de la psicoesfera, en el psiquismo social. Pero la poesía es también sublimación –lo ha dicho Freud, lo sabemos por el psicoanálisis–, y la sublimación es algo que siempre me ha parecido ambiguo. Significa que cuando no puedo acercar tus labios a mis labios, como deseo hacerlo, puedo escribir versos, puedo dibujar imágenes, puedo hacer gestos que actúan en la misma dirección de seducción y de implicación erótica del otro a nivel lingüístico. Pero eso lo creo hasta cierto punto.
Hay un tercer nivel del que se puede hablar. Que es la transformación del ritmo. La poesía es esencialmente eso: la pesquisa, la búsqueda de un ritmo que nos permita encontrar una sintonía con los otros cuerpos, con la naturaleza, con la muerte. Es un tercer nivel, la transformación de nuestro ritmo interior y la relación con el caos circundante y al final la poesía es una ampliación de la dimensión imaginaria, imaginacional. Una ampliación de una capacidad de imaginar algo que no se podía imaginar en el interior del lenguaje dominante. Hemos descubierto que se pueden distribuir millones a personas que no van a trabajar. Hemos descubierto que se puede pagar la renta básica. Hemos descubierto que lo imposible es posible. Cuando lo posible se ha hecho imposible, la tarea de descubrir dimensiones de la realidad que no podemos ver es una tarea de la actividad poética.
El teletrabajo y el distanciamiento
Se puede decir que en el confinamiento, en el distanciamiento social, en el miedo al acercamiento se ha manifestado de manera evidente, casi escandalosa, una parálisis de la subjetivación, pero la tendencia ya existía. Existía desde hace décadas, en la tendencia a la virtualización, a la digitalización, la a descorporalización de la relación social y hasta de la relación erótica. Ya hay una literatura sobre los efectos psicopatológicos de este distanciamiento, de esta virtualización que llega a la consagración con el distanciamiento obligatorio. Una atrofia emocional como la que se ha producido en las últimas décadas es algo que no solo imposibilita algunas de las formas de solidaridad política que hemos conocido en el siglo pasado, sino que al mismo tiempo nos obliga a buscar nuevas dimensiones de esa solidaridad.
Por ejemplo, creo que en el futuro próximo asistiremos a la formación y al éxodo de comunidades pequeñas, grandes, medianas, que crean las condiciones para cooperar y, al mismo tiempo, vivir en una relación armónica con la naturaleza y, sobre todo, en una condición armónica con los cuerpos de los otros. La comunidad, la red de comunidades, el abandono de la dimensión metropolitana, de la dimensión urbana, esa es una tendencia que ya vemos en Europa. Tengo muchos amigos que hablan de esta posibilidad, que quieren abandonar la ciudad para vivir en lugares donde hay muchos cuerpos amistosos.
Pero al mismo tiempo hay un problema y es el problema del trabajo asalariado. El teletrabajo es una condición provisional, temporal, pero es al mismo tiempo una tendencia que no va a retroceder en el futuro, sino que va a expandirse, y el desafío más grande del teletrabajo, y en general de todas las formas de trabajo cognitivo, es el desafío del trabajo asalariado, el fin del salario como forma de compensación del trabajo física o digitalmente controlable; es algo que me parece más en crisis, cada vez más marginal. El tema de la renta básica hoy se ha hecho un tema absolutamente necesario para un futuro que no sea un futuro de guerra social en todos los espacios. Pero siempre hablamos del mismo problema: demos posibilidades nuevas, como la posibilidad de emancipación del trabajo asalariado, pero dónde construimos, dónde encontramos una subjetividad social solidaria capaz de implementar estas posibilidades.
[…]
Edición y fuente: Tinta Limón Ediciones
Exposición completa, más el vídeo del debate: http://lobosuelto.com/bifo-berardi-labios-buenosaires-sztulwark/