La supervivencia de los más ricos

Ilustraciones de Matt Huynh

Versió en català aquí.

 

El escritor, guionista y profesor universitario Douglas Rushkoff –autor de numerosos libros, columnista en diarios como The Guardian y presentador del podcast TeamHuman.fm.-, es considerado uno de los teóricos principales de la cibercultura estadounidense.

El presente artículo – publicado en 2019 en la revista online OneZeros – narra un encuentro inesperado con un puñado de propietarios y gestores de fondos de inversión que figuran entre los más ricos del mundo. Rushkoff aprovecha las inquietudes que muestran los personajes sobre los riesgos asociados al colapso en curso para exponer las últimas tendencias de la alienación humana protagonizadas por las sociedades capitalistas hipertecnologizadas, muy especialmente la norteamericana.

El año pasado me invitaron a un complejo privado superlujoso para que diese una charla introductoria, presuntamente ante más o menos un centenar de banqueros de inversión. Fue, con diferencia, la tarifa más alta que jamás me habían ofrecido por una conferencia -aproximadamente la mitad de mi sueldo anual de profesor; simplemente por transmitir algunas ideas sobre el tema del “futuro de la tecnología”.

Nunca me ha gustado hablar sobre el futuro. Las sesiones de preguntas y respuestas siempre terminan como una especie de juego de salón, donde me piden opinar sobre las últimas palabras de moda de la tecnología como si fueran símbolos de un teletipo bursátil para posibles inversiones: blockchain, impresión 3D, CRISPR (siglas de la tecnología principal de modificación genética, ndt). El público rara vez está interesado en saber más de estas tecnologías o sus posibles impactos más allá de la elección binaria entre invertir en ellas o no. Pero el dinero manda, así que acepté este bolo.

Después de llegar, me llevaron a lo que pensé que era la “sala verde”. Pero en lugar de verme frente a un micrófono o en un escenario, me senté en una simple mesa redonda mientras traían a mi audiencia: cinco tipos súper ricos, sí, todos hombres, del escalón superior del mundo de los fondos de inversión. Después de charlar un poco con ellos, me di cuenta de que no tenían interés en la información que había preparado sobre el futuro de la tecnología. Habían venido con sus propias preguntas.

Comenzaron inocentemente. Ethereum o bitcoin? ¿La computación cuántica es algo real? De forma lenta pero segura, acabaron por centrarse en sus verdaderos temas de preocupación.

¿Qué región se verá menos afectada por la próxima crisis climática: Nueva Zelanda o Alaska? ¿Google, realmente está construyendo a Ray Kurzweil un hogar para su cerebro, y su conciencia vivirá durante la transición o morirá y renacerá como una nueva? Finalmente, el CEO de una correduría de bolsa explicó que estaba a punto de acabar la construcción de su propio sistema de búnker subterráneo y preguntó: “¿Cómo mantengo la autoridad sobre mis guardias de seguridad después del suceso?”

A pesar de toda su riqueza y poder, no creen que puedan incidir en el futuro.

 

El suceso. Ese fue su eufemismo para el colapso ambiental, el descontento social, la explosión nuclear, el virus imparable o el ataque del Sr. Robot que destruye todo.

Esta sola pregunta nos ocupó durante el resto de la hora. Sabían que necesitarían guardias armados para proteger sus recintos de las muchedumbres rabiosas. Pero, ¿cómo pagarían a los guardias una vez que el dinero ya no valiera nada? ¿Qué impediría a los guardias elegir a su propio líder? Los multimillonarios se plantearon usar cerraduras de combinación especiales para impedir el acceso a sus reservas de alimentos. O hacer que los guardias llevasen algún tipo collares disciplinarios a cambio de permitir su supervivencia. O, tal vez, habría que construir robots que servirían de guardias y trabajadores, si esa tecnología se pudiera desarrollar a tiempo.

Fue entonces cuando me di cuenta: al menos en lo que respecta a estos caballeros, esta era para ellos una charla sobre el futuro de la tecnología. Tomando como modelos a Elon Musk colonizando Marte, Peter Thiel revirtiendo el proceso de envejecimiento, o Sam Altman y Ray Kurzweil subiendo sus mentes a unas supercomputadoras, se estaban preparando para un futuro digital que tenía mucho menos que ver con hacer del mundo un lugar mejor que con trascender la condición humana y aislarse del peligro muy real y presente del cambio climático: de un aumento del nivel del mar, migraciones masivas, pandemias globales, pánico nativista y agotamiento de recursos. Para ellos, el futuro de la tecnología trata únicamente de una sola cosa: como escapar.


No hay nada de malo en las prospecciones locamente optimistas sobre cómo la tecnología podría beneficiar a la sociedad humana. Pero la tendencia actual hacia una utopía posthumana es otra cosa. No es tanto una visión de la migración de toda la humanidad hacia un nuevo estado de ser como una búsqueda para trascender todo lo que es humano: el cuerpo, la interdependencia, la compasión, la vulnerabilidad y la complejidad. Tal como los filósofos tecnológicos han estado señalando durante años, ahora la visión transhumanista reduce con demasiada facilidad toda la realidad a datos, concluyendo que “los humanos no son más que objetos de procesamiento de información“.

Es la reducción de la evolución humana a un videojuego que alguien gana encontrando la trampilla de escape para permitir después que algunos de sus mejores amigos se apunten al paseo. ¿Será Musk, Bezos, Thiel … Zuckerberg? Estos multimillonarios son los presuntos ganadores de la economía digital: el mismo panorama empresarial de supervivencia del más apto que está alimentando la mayor parte de esta especulación.

Por supuesto, no siempre ha sido así. Hubo un breve momento, a principios de la década de 1990, en que el futuro digital parecía algo abierto y preparado a nuestra inventiva. La tecnología se estaba convirtiendo en un patio de recreo para la contracultura, que vio en ella la oportunidad de crear un futuro más inclusivo, igualitario y humanitario. Pero los intereses comerciales establecidos no vieron más que nuevos potenciales para los mismos mecanismos de explotación, y demasiados tecnólogos fueron seducidos por las OPV (Ofertas Públicas de Venta – operaciones bursátiles que suelen utilizar los Estados para vender sus empresas, ndt) de unicornios. Los futuros digitales se entendieron cada vez más como contratos de futuros, como algo para predecir y apostar. Así que casi todos los discursos, artículos, estudios, documentales o libros blancos solo fueron vistos como relevantes en la medida en que apuntaban a un teletipo bursátil. De forma creciente, el futuro dejó de ser algo que creábamos a través de nuestras elecciones o esperanzas humanas para convertirse en un escenario predestinado al que apostamos con nuestro capital riesgo pero que, al mismo tiempo, llegaba por inercia.

Este hecho les liberó de las implicaciones morales de sus actividades. El desarrollo tecnológico dejó de ser una historia de florecimiento colectivo para convertirse en supervivencia personal. Peor aún, tal como yo mismo experimenté: llamar la atención sobre esta problemática te convertía de golpe y porrazo en un enemigo del mercado o un cascarrabias antitecnológico.

Así que, la mayoría de los académicos, periodistas y escritores de ciencia ficción, en vez de cuestionar la “ética” práctica de empobrecer y explotar a muchos en nombre de unos pocos, empezaron a cuestionarse acertijos mucho más abstractos y fantasiosos: ¿es justo que un agente de bolsa use drogas inteligentes? ¿Deben los niños recibir implantes para lenguas extranjeras? ¿Queremos que los vehículos autónomos prioricen la vida de los peatones sobre la de sus pasajeros? ¿Deberían las primeras colonias de Marte gestionarse de forma democrática? ¿Cambiar mi ADN socavaría mi identidad? ¿Deberían los robots tener derechos?

Hacer este tipo de preguntas, por más entretenimiento filosófico que puedan ser, es un pobre sustituto del combate con los dilemas morales reales asociados al desarrollo tecnológico desenfrenado en nombre del capitalismo transnacional. Las plataformas digitales han convertido un mercado ya explotador y extractivo (pensad en Walmart) en un ente aún más deshumanizante (pensad en Amazon). La mayoría de nosotros nos dimos de bruces con estos inconvenientes en forma de trabajos automatizados, la economía de “trabajitos” y la desaparición del comercio minorista local.

De forma creciente, el futuro dejó de ser algo que creábamos a través de nuestras elecciones o esperanzas humanas para convertirse en un escenario predestinado al que apostamos con nuestro capital riesgo pero que, al mismo tiempo, llegaba por inercia.

Pero los impactos más devastadores del capitalismo digital desembocado afectan al medio ambiente y a los pobres del mundo. Seguimos teniendo “smartphones” y ordenadores cuya fabricación se basa en redes de mano de obra esclava. Estas prácticas están tan arraigadas que una compañía llamada Fairphone, fundada desde cero para fabricar y comercializar teléfonos éticos, se dio cuenta de que era imposible. (El fundador de la compañía se refiere ahora tristemente a sus productos como teléfonos “más justos”.)

Mientras tanto, la extracción de metales de tierras raras y la eliminación de nuestras tecnologías hiperdigitalizadas destruyen los hábitats humanos para reemplazarlos por vertederos de desechos tóxicos, que luego son recogidos por los niños campesinos y sus familias, que revenden los materiales recuperables a los fabricantes.

Esta externalización de “fuera de la vista, fuera de la mente” de la pobreza y nocividad no desaparecen simplemente porque nos hemos tapado los ojos con gafas de realidad virtual y nos hemos sumergido en una realidad alternativa. En todo caso, cuanto más ignoremos sus repercusiones sociales, económicas y ambientales, tanto más se convierten en un problema. Lo que, a su vez, provoca aún más privación, más aislacionismo y fantasías apocalípticas, así como la invención de tecnologías y proyectos comerciales cada vez más aberrantes. El ciclo se retroalimenta solito.

Cuanto más implicados estemos en esta visión del mundo, más llegásemos a ver a los seres humanos como el problema y la tecnología como la solución. La esencia misma de lo que significa ser humano se trata más como un error que como una característica. Ignorando sus tendencias inherentes, las tecnologías son consideradas neutrales. Cualquier mal comportamiento que provoque en nosotros se considera un simple reflejo de nuestro propio núcleo corrupto. Es como si algún salvajismo humano innato tuviera la culpa de nuestros problemas. Como si la ineficiencia de un mercado local de taxis pudiera “resolverse” con una aplicación que arruina a los conductores humanos, o si determinadas incongruencias de la psique humana pudieran corregirse con una actualización digital o genética.

En última instancia, de acuerdo con la ortodoxia “tecno-solucionista”, el futuro humano llegará a su clímax al subir nuestra conciencia a una computadora o, quizás mejor, al aceptar que la tecnología como tal será nuestra sucesora en la evolución. A semblanza de los miembros de un culto gnóstico, anhelamos entrar en la siguiente fase trascendente de nuestro desarrollo, abandonando nuestros cuerpos y dejándolos atrás, junto con nuestros pecados y problemas.

Nuestras películas y programas de televisión desarrollan estas fantasías. Los shows de zombis representan un post-apocalipsis donde las personas no son mejores que los muertos vivientes, y parecen saberlo. Peor aún, estos programas invitan a los espectadores a imaginar el futuro como una batalla de suma cero entre los humanos restantes, donde la supervivencia de un grupo depende de la desaparición de otro. Incluso Westworld, basada en una novela de ciencia ficción donde los robots se vuelven locos, terminó su segunda temporada con la última revelación: los seres humanos son más simples y más predecibles que las inteligencias artificiales que creamos. Los robots aprenden que cada uno de nosotros puede reducirse a solo unas pocas líneas de código, y que somos incapaces de tomar decisiones deliberadas. En este espectáculo, ¡incluso los robots quieren escapar de los confines de sus cuerpos y pasar el resto de sus vidas en una simulación por ordenador!

La esencia misma de lo que significa ser humano se trata más como un error que como una característica.

La gimnasia mental requerida para un cambio de rol tan profundo entre humanos y máquinas viene determinada por la suposición subyacente de que los humanos apestan. Cambiemos o alejémonos de ellos, para siempre.

Por esto, tenemos multimillonarios tecnológicos que lanzan coches eléctricos al espacio – como si esto simbolizara algo más que la capacidad de un multimillonario de hacer publicidad empresarial. Y si algunas personas alcanzaran la velocidad de escape y llegasen a sobrevivir en una burbuja en Marte – a pesar de nuestra incapacidad de mantener esta burbuja siguiera aquí en la Tierra – el resultado sería menos una continuación de la diáspora humana que un bote salvavidas para la élite.


Cuando los propietarios de los fondos de alto riesgo me preguntaron por la mejor manera de mantener la autoridad sobre sus fuerzas de seguridad después del “suceso”, les sugerí que lo mejor que podrían hacer sería empezar a tratar a esas personas bien de verdad. Que deberían comportarse con su personal de seguridad como si fueran miembros de su propia familia. Y que cuanto más pudiesen extender estos valores de inclusión al resto de sus prácticas comerciales, a la administración de las redes de suministro, a los esfuerzos de sostenibilidad y a la distribución de la riqueza, tanto menos riesgo habría para que se produzca tal “suceso”. Que toda esta hechicería tecnológica se podría aplicar a intereses menos “románticos” pero muchísimo más colectivos.

Mi optimismo les divirtió, pero en realidad no me hicieron caso. No estaban interesados en cómo evitar la calamidad, están convencidos de que ya hemos ido demasiado lejos. A pesar de toda su riqueza y todo su poder, no creen que puedan incidir en el futuro. Simplemente aceptan el más oscuro de todos los escenarios y luego usan todo el dinero y la tecnología que pueden emplear para aislarse del resto del mundo – especialmente si no pueden conseguir un asiento en el cohete a Marte.

Afortunadamente, nosotros que no tenemos el dinero para considerar repudiar nuestra propia humanidad, tenemos unas opciones mucho mejores al alcance de nuestras manos. No tenemos que usar la tecnología de maneras tan antisociales y atomizadoras. Podemos convertirnos en los consumidores y perfiles individualizados que nuestros dispositivos y plataformas quieren que seamos, o podemos recordar que los humanos verdaderamente evolucionados no lo hacen solos.

Ser humano no va de una supervivencia o escapada individual. Es un deporte de equipo. Sea cual sea el futuro de los humanos, será conjunto.

Texto original en inglés: https://onezero.medium.com/survival-of-the-richest-9ef6cddd0cc1

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